Astronomía en la Antigüedad
En la antigüedad los observadores pensaban que eran los dioses lo que controlaban los
cielos y los fenómenos naturales. Luego, no había diferencia entre la astronomía y la
astrología.
La curiosidad de los pueblos antiguos con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna
y las estrellas les llevó a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse
de forma regular, lo que resultaba muy útil para definir el tiempo y orientarse. La
astronomía solucionó los problemas que inquietaron a las primeras civilizaciones, es
decir, la necesidad de establecer con precisión las épocas adecuadas para sembrar y
recoger las cosechas y para las celebraciones, así como para orientarse en largas
travesías comerciales o en los viajes Estudios posteriores pusieron de manifiesto que el Sol, la Luna y cinco planetas
brillantes giraban alrededor de la esfera de estrella dentro de un estrecho cinturón
llamado zodíaco, que es una anillo de 12 constelaciones de las 88 reconocidas en la
actualidad. La Luna atraviesa el zodíaco con rapidez, adelantando al Sol una vez cada
29,5 días, periodo conocido como mes sinódico.
Los que observaban las estrellas en la antigüedad intentaban fijar los días e incluso
los meses y los años en un sistema de tiempo coherente, o calendario.
Como ni un mes, ni un año completo contienen exactamente un número entero de días,
los creadores de calendarios asignaban a los sucesivos meses o años diferente número
de días, que sacando una media, se aproximara al valor real. Así pues, el calendario
moderno incluye 97 años bisiestos en cada periodo de 400 años, de modo que el número
medio de días por años sea de 365,2425, muy próximo a 365,24220 que es determinado
astronómicamente. El Sol y la Luna siempre atraviesan el zodíaco de Oeste a Este. No obstante,
los cinco planetas brillantes: Mercurio, Marte, Venus, Júpiter y Saturno, que también
se mueven hacia el Este sobre el fondo de las estrellas, tienen un movimiento hacia
el Oeste, o retrógrado, de variada duración. Así pues, los planetas parecen seguir
un recorrido hacia el Este de manera irregular, con curvas periódicas en sus trayectorias.
Desde la antigüedad se ha pensado que los acontecimientos celestes, en especial los
movimientos planetarios, tenían que ver con el destino de las personas.
Esta creencia, llamada astrología, fomentó el desarrollo de esquemas
matemáticos para predecir los movimientos planetarios y favoreció el
progreso de la astronomía en el pasado.
Astronomía en la Edad Media
La astronomía griega se transmitió más tarde hacia el Este a los sirios,
indios y árabes. Los astrónomos árabes recopilaron nuevos catálogos de
estrellas en los siglos IX y X y desarrollaron tablas del movimiento
planetario. El astrónomo árabe Azarquiel, máxima figura de la escuela
astronómica de Toledo del siglo XI, fue el responsable de las Tablas
toledanas, que influyeron notablemente en Europa. En 1085, año de la
conquista de la ciudad de Toledo por el rey Alfonso VI, se inició un
movimiento de traducción del árabe al latín, que despertó el interés por
la astronomía (entre otras ciencias) en toda Europa. Se tradujeron las
Tablas toledanas y el Almagesto de Tolomeo y en 1272 se elaboraron las
Tablas alfonsíes bajo el patrocinio de Alfonso X el Sabio; estas tablas
sustituyeron a las de Azarquiel en los centros científicos europeos. En el
siglo XV comenzaron a surgir dudas sobre la teoría de Tolomeo: el filósofo
y matemático alemán Nicolás de Cusa y el artista y científico italiano
Leonardo da Vinci cuestionaron los supuestos básicos de la posición
central y la inmovilidad de la Tierra.
La teoría de Copérnico
La historia de la astronomía dio un giro drástico en el siglo XVI como resultado
de las aportaciones del astrónomo polaco Nicolás
Copernico,
el cual dedico la mayor parte de su vida a la astronomía y realizó un nuevo catalogo
de estrellas a partir de observaciones personales. Debe gran parte de su fama a su
obra De revolutionibus orbium caelestium (Sobre las revoluciones de los cuerpos
celestes, 1543), donde analiza críticamente la teoría de Tolomeo de un Universo geocéntrico
y muestra que los movimientos planetarios se pueden explicar atribuyendo una posición central
al Sol más que a la Tierra.
No se prestó mucha atención al sistema de Copérnico, o sistema heliocéntrico, hasta que
Galileo
descubrió pruebas para defenderlo. Gran admirador secreto de la obra de Copérnico,
vio su oportunidad de probar la teoría copernicana sobre el movimiento de la Tierra
cuando se inventó el telescopio en Holanda. En 1609 construyó un pequeño telescopio
de refracción, lo dirigió hacia el cielo y descubrió las fases de Venus, lo que
indicaba que este planeta gira alrededor del Sol. También descubrió cuatro lunas
girando alrededor de Júpiter. Convencido de que al menos algunos cuerpos no giraban
alrededor de la Tierra, comenzó a hablar y a escribir a favor del sistema de Copérnico.
Sus intentos de difundir este sistema le llevaron ante un tribunal eclesiástico.
Aunque se le obligó a renegar de sus creencias y de sus escritos, esta teoría no pudo ser
suprimida.
Las leyes de Kepler y la teoría de Newton
Desde el punto de vista científico la teoría de Copérnico sólo era una
adaptación de las órbitas planetarias, tal como las concebía
Tolomeo.
La antigua teoría griega de que los planetas giraban en círculos a
velocidades fijas se mantuvo en el sistema de Copérnico. Desde 1580 hasta
1597 el astrónomo danés Tycho
Brahe
observó el Sol, la Luna y los planetas en su observatorio situado en una isla
cercana a Copenhague y después en Alemania. Utilizando los datos recopilados
por Brahe, su ayudante alemán, Johannes
Kepler,
formuló las leyes del movimiento planetario, afirmando que los planetas giran
alrededor del Sol y no en órbitas circulares con movimiento uniforme, sino en
órbitas elípticas a diferentes velocidades, y que sus distancias relativas con
respecto al Sol están relacionadas con sus periodos de revolución.
El físico británico Isaac
Newton
adelantó un principio sencillo para explicar las leyes de Kepler sobre el
movimiento planetario: la fuerza de atracción entre el Sol y los planetas.
Esta fuerza, que depende de las masas del Sol y de los planetas y de las
distancias entre ellos, proporciona la base para la explicación física de
las leyes de Kepler. Al descubrimiento matemático de Newton se le denomina
ley de la gravitación universal.
Astronomía moderna
Tras la época de Newton, la astronomía se ramificó en diversas direcciones.
Con esta ley de gravitación el viejo problema del movimiento planetario se
volvió a estudiar como mecánica celeste. El perfeccionamiento del telescopio
permitió la exploración de las superficies de los planetas, el descubrimiento
de muchas estrellas débiles y la medición de distancias estelares.
En el siglo XIX, un nuevo instrumento, el espectroscopio, aportó información
sobre la composición química de los cuerpos celestes y nuevos datos sobre sus
movimientos.
Durante el siglo XX se han construido telescopios de reflexión cada vez
mayores. Los estudios realizados con estos instrumentos han revelado la
estructura de enormes y distantes agrupamientos de estrellas, denominados
galaxias, y de cúmulos de galaxias. En la segunda mitad del siglo XX los
progresos en física proporcionaron nuevos tipos de instrumentos
astronómicos, algunos de los cuales se han emplazado en los satélites que
se utilizan como observatorios en la órbita de la Tierra. Estos
instrumentos son sensibles a una amplia variedad de longitudes de onda de
radiación, incluidos los rayos gamma, los rayos X, los ultravioletas, los
infrarrojos y las regiones de radio del espectro electromagnético. Los
astrónomos no sólo estudian planetas, estrellas y galaxias, sino también
plasmas (gases ionizados calientes) que rodean a las estrellas dobles,
regiones interestelares que son los lugares de nacimiento de nuevas
estrellas, granos de polvo frío invisibles en las regiones ópticas,
núcleos energéticos que pueden contener agujeros negros y radiación de
fondo de microondas, que puede aportar información sobre las fases
iniciales de la historia del Universo.